Era una mañana común cuando el joven entra a la cocina.
Su madre se encontraba ahí, como suele suceder con la mayoría de las madres.
Él la saluda y
ella, con lágrimas en los ojos, le devuelve el saludo amablemente.
Él le pregunta:
- ¿Qué pasa?
Entonces, su madre levantando el brazo y mostrando su piel estirada de
sus brazos le responde:
-
Hijo, mira
mi piel, me voy a morir.
Y las lágrimas caen e inundan toda su mejilla.
Él sabía que su madre no estaba bien de salud. Ella sufría de un mal que
los médicos no sabían de qué se trataba. Su esposo la llevó a muchos médicos
para saber qué mal tiene, pero nadie daba una respuesta exacta. Ella tenía una
enfermedad que le impedía comer, su estómago no aceptaba los alimentos y que le
hizo bajar de peso rápidamente de 80 kilos a 40 kilos en algunos meses, sin embargo los
médicos no sabían de qué se trataba.
Él hijo estaba tan acostumbrado de mirar a su madre todos los días que
no se había dado cuenta del cambio físico que ella estaba teniendo. Pero ese
día abrió los ojos. Abrió, no solo los ojos físicos, sino también los ojos del
alma.
Luego que su madre le dijo se iba a morir él corrió a su cuarto e
inclinándose de rodillas le pidió a Dios que le perdone. Le perdone porque hace
unos meses atrás él quería que su madre muera.
Él tenía ese mal deseo porque estaba tan enfocado en las cosas
materiales. En un momento llegó a pensar que su madre era un obstáculo para alcanzar sus sueños personales. Él había leído muchas historias de hombres “exitosos” y
el denominador común de casi todos era que habían crecido solos, sin padres y se habían ido a otras ciudades a cumplir sus sueños. “Cómo no van a poder progresar si no tenían a
quien cuidar y solo podían dedicarse a ellos mismos y a sus sueños”, pensaba de aquellos hombres “exitosos”. Veía con gran ventaja a aquellos que habían crecido sin
padres y familiares porque no tenían de quienes preocuparse y fácilmente podían
construir sus sueños.
Pero desde ese día hubo cambios en su vida, luego que pidió perdón a Dios.
Para resumir la historia de la madre, pasaron algunos meses y cuando los
médicos no sabían de qué se trataba y no tenían la solución entonces solo era
la oportunidad de pedir a Dios un milagro. Y efectivamente, el
milagro llegó. Una mañana, luego de algunos meses la madre se despertó y le
contó a su hijo que había soñado que alguien de blanco entró a su cuarto, le
sacó algo del estómago y le dijo que ahora ya podrás comer y te pondrás bien.
La madre con toda confianza le dijo que Dios ya le sanó. Y efectivamente desde
aquél día, poco a poco, empezó a recuperarse, empezó a comer, llegó a su peso
normal y hace poco entregó a su último hijo en el altar.
"Gracias" a la
enfermedad de la madre las prioridades en la vida del joven cambiaron. Su
enfoque ya no estaba en las cosas terrenales, sino en las cosas eternas [Colosenses 3:2].
Se dice que el ser humano recién puede encontrar sentido en su vida
cuando él o un familiar se encuentran gravemente en el hospital, en la cárcel o
cuando se encuentra en el umbral de la muerte. Cuando alguien está a punto de
morir evalúa si fue un buen hijo, un buen esposo o un buen padre y si no lo fue
entonces daría lo que sea para que Dios le de otra oportunidad y poder remediar
todo lo que hizo mal.
Mientras todo va bien, no hay mucha preocupación por hacer las cosas
bien, no se piensa en las cosas eternas – en el cielo - y solo se tiene el
deseo de progresar terrenalmente.
Lo bueno del Coronavirus es, sin lugar a dudas, una oportunidad para
replantear nuestras prioridades en la vida tanto a nivel personal, familiar,
como País e indefectiblemente en nuestra relación con Dios.
Es una oportunidad para que quienes dirigen un hogar, una institución, un distrito, una provincia, una región o un país, puedan pensar en atender las verdaderas necesidades y dejen de hacer gastos superfluos y que solo sirve para satisfacer a las personas pero no sirven para su bienestar.
Pero principalmente, esta pandemia es buena oportunidad para reflexionar en nuestra relación con Dios y pensar más en las cosas eternas. Siempre digo que todos queremos ir al cielo pero lamentablemente mientras estamos vivos no queremos hacer - aquí en la tierra - las cosas que haremos en el cielo. Si de algo puedo estar seguro es que cuando estamos en el cielo una de las cosas que vamos hacer es hablar con Dios y escucharle cada día. Entonces, la pregunta reflexiva, para todo aquél que creen en Dios es: Mientras estamos en la tierra ¿hablamos y escuchamos a Dios cada día? Hablamos con él, cuando oramos; y le escuchamos, cuando leemos su palabra, la biblia. ¿Lo hacemos diariamente?
Que esta temporada del coronavirus sea una oportunidad para replantear nuestras prioridades, encontrar el sentido de nuestra vida y principalmente mejoremos nuestra relación con Dios. Que no solo hablemos con él cuando estamos en problemas, sino todos los días de nuestra vida, hasta que nos encontremos con él, en el cielo y recibamos la corona de la vida.