DIA 39=> EL CONSEJO DE SIMON EL ZELOTE
(Nuestra lucha no es con hombre ni carne, sino es espiritual; y las únicas armas que tenemos es la oración y la palabra de Dios)
Desde niño fuí criado y enseñado por un hombre que me enseño muchas cosas valiosas.
Cuando cumplí la mayoría de edad me dijo:
Hijo, desde hoy eres todo un hombre. Desde ahora tú trazaras tu propio destino. En ti está el camino que debes seguir.
Cuando los romanos habían invadido nuestra ciudad nosotros teníamos que decidir a que grupo de personas deberíamos pertenecer. En ese tiempo había tres grupos muy bien diferenciados:
1.- Los Esenios, aquellas personas que no quisieron apoyar ni combatir al imperio romano . Prefirieron aislarse de la sociedad y que pensaban que haciendo lo bueno heredarían el reino de Dios.
2.- Los publicanos, aquellas personas que apoyaban al imperio, los conocidos son los cobradores de impuestos. Ellos se rendían y ayudaban al imperio romano.
3.- Los Zelotes, aquellos que estaban cansados de los abusos y maltratos de los romanos y que pensaban que sólo lograrían la paz luchando contra ellos.
Ante estas tres alternativas de vida, yo decidí ser un zelote, como mis padres y hermanos. No me gustaba el maltrato que recibían mis hermanos. Estaba arto de la injusticia que cometían los romanos. Es así que un día, cuando estaba decidido a matar a Herodes y a todos sus séquitos, casi doblando para la esquina del palacio, al dar la vuelta me topo con un viejo amigo. Él había sido discípulo de Juan el Bautista. Al verme me pregunta adonde iba. Ve mi mano con unas armas y nuevamente me pregunta: ¿A dónde vas?¿Qué piensas hacer con esas armas? Enojado le respondo: Estoy harto de la injusticia que se comete. Voy acabar con la vida de Herodes y así acabaré con su imperio.
El, en una expresión de asombro me dice: No te preocupes ya de él y no intentes nada de malo. Mí maestro, Juan el bautista, me dijo que el Mesías ya está con nosotros y que nos va a salvar de las opresiones.
Inmediatamente le dije que me llevara donde el mesías se encontraba. Fuimos hacia un monte alto y ahí le encontré a él, el mesías, en medio de otros hombres. Era raro ver en un mismo lugar, a esenios y publicanos. La reunión no podía ser mejor. Quién podría imaginarse que en un solo lugar estarían esenios, publicanos y un zelote. Tres grupos que no se podían juntarse, sorprendentemente están reunidos y con un solo propósito.
Camine hacia el medio para saber lo que ocurría y cuando ya no puedo pasar más, pregunto a uno de los hombres que estaba ahí: Porqué están reunidos? él me contesta: Es que hoy, Jesús, el Mesías, va a elegir a aquellos que están dispuestos a seguirle y a establecer su reino. Luego me esfuerzo por ver al tal Jesús y me doy con la sorpresa de que había sido el hijo del carpintero. Yo le consideraba del grupo de los esenios ya que la gran mayoría de sus enseñanzas era sobre amar al prójimo, vivir en paz y no hacer nada de malo. Tenía la fama de hacer milagros y sanar los enfermos. Entonces aunque quise irme inmediatamente pero decidí quedarme para ver si tal vez ese día haría algún milagro. Quizás ese día iba a suceder algo asombroso, pensé.
Escuché que decía que su reino no es de este mundo. Que el vino para dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, dar libertad a los cautivos y a los oprimidos, vista a los ciegos y sanar a los enfermos. No entendía lo que estaba diciendo. Y Finalmente dice que su lucha no es con el hombre sino con las huestes espirituales de maldad.
Me quede confuso. Yo luchaba también porque quería casi lo mismo, con la diferencia de que además yo lo hacía por fama, popularidad y para gobernar mi ciudad. También quería que mi pueblo no sufra, no siga en esclavitud y sea libre.
Yo luchaba contra la opresión romana y éste carpintero dice que él viene a luchar contra las huestes espirituales. Que la lucha no es carnal, sino espiritual.
Entonces luego que supe eso me quede callado para seguir escuchando y poco a poco sin darme cuenta llego hasta la parte de adelante. Sin darme cuenta cuando estoy por volverme por atrás siento una mano sobre mis hombros y una voz que me dice: Hola simón, deseo que tú seas uno de mis discípulos.
Me quede sin habla. Mi cuerpo empezó a temblar y una sensación de paz invade mi corazón. Toda ira y enojo que tenía, había desaparecido y no sabía que estaba pasando. Volvió a repetirme la misma pregunta: Simón, deseo que tú seas uno de mis discípulos.
Entonces en ese instante me doy la vuelta y siento que mis pies no me pueden sostener. Caigo al piso de rodillas delante de él y las lágrimas corren por mis ojos sin saber porqué.
En ese instante, él finalmente me dice: Desde hoy tu lucha no será con hombre ni carne. Desde hoy tu lucha será espiritual y en contra de las huestes espirituales. Tus únicas armas serán la oración y mi palabra.
No sabía lo que había estado pasando en mí. Sin pensarlo dos veces le digo. Perdóname y haré lo que tu digas. Acepto ser tu discípulo.
A partir de ese día comprendí que nuestra lucha es espiritual y que las únicas armas que tenemos para vencer es la oración y la palabra de Dios. Y que sólo el propósito divino puede ser capaz de unir a hombres de distintas culturas y principios.
Atte. Simón, el zelote
Referencia Bíblica:
Mateo 10:1-4,
Lucas 11:1-4