19 oct 2013

Monólogo: el hermano de Jesús


Buenas noches, buenas noches.
Hace unos días me enteré que están de aniversario y un joven muy simpático me rogó que pueda venir y contarles mi testimonio. La verdad es que no quise hacerlo. Pero ante tanta insistencia de este joven y porque me cae bien voy hacerlo.
Para quienes aún no me conocen yo soy el hermano de Jesús, el Mesías. Sí, el que dio su vida por todos ustedes, y claro por mi también.
Bueno esto es parte de mi historia.
Yo crecí junto a Jesús. El fue el hermano mayor de la familia. Tenerlo como hermano mayor fue una fortuna al principio. Lo amaba mucho. Me cuidaba. No quería que nadie me pegara o me lastimara. Íbamos juntos a la escuela. Jugamos juntos y nos divertíamos mucho.  También me ayudaba mucho en mis tareas. Era muy inteligente.  Lo admiraba y lo respetaba.
Todo fue una maravilla hasta que llegué a la adolescencia.
Cumplí los 15 años y de pronto el respeto y la admiración que le tenía, dejé de tenerle y paso a ser molestia, fastidio y envidia. La alegría que antes me causaba, solo era historia. Lo único que sentía en ese momento era cólera, enojo. Me molestaba mucho que se metiera en mi vida:
Que no llegues muy tarde, que tienes que hacer tus tareas, que tienes que limpiar tu cuarto, que tienes que ayudar en la casa. Que no vayas a fiesta. Que no tome. Me corregía mucho que poco a poco me llego a cansar tanto que deseaba que se muriera.  
Así pasó la adolescencia hasta que llegamos a la juventud.  
Hasta ese entones mi relación con él era de perro y gato. Mi madre mucho le defendía. Aunque él no le contaba todo lo malo que yo hacía pero mi mamá siempre le ponía de ejemplo y siempre le alagaba por todo lo que bueno él hacía. Estaba cansado de todo eso y aunque era cierto, pero hubo algo en mí que en vez de alegrarme por ello, más que causaba enojo.
Así paso el tiempo hasta que mi hermano cumplió  los 30 años de edad.
Esa mañana me desperté temprano para ir al baño. Tenía unos malestares debido a que la noche anterior había estado en una fiesta con unos amigos. Cuando salgo del baño decido ir a la cocina para tomar algo y de pronto al pasar por el cuarto de mis padres escucho una conversación de ellos. Me acerco a la puerta y escucho decir a mi madre:
José, Jesús cumple hoy 30 años. Creo que sería justo que le dijéramos a nuestro hijos que tú no eres el verdadero padre de Jesús.
Yo que me encontraba medio dormido pero luego de escuchar lo que le decía. Todos mis sentidos se acitvaron. Esa noticia, sí que era una buena noticia. Saber que Jesús no era hijo de mi padre era la mejor noticia que me dieran en esa mañana.
Al pensar que yo sería el primogénito de la familia me traía muchos beneficios. Me quedaría con gran parte de la herencia. La gran carpintería de mi padre, sus animales, sus Bienes. Vaya eso si que era una buena noticia.
Me subí rápidamente a mi cuarto, me duche y mientras me alistaba estaba pensando en todo lo que haría con la herencia.
A partir de ese día mi trato con Jesús de envidia paso al desprecio. Yo me encargue que mis hermanos estuvieran en su contra y no le respetaran también. Use muchas formas de que ellos también le despreciaran. Aunque ellos no sabían la verdad puesto que mis padres no se atrevieron a decirnos pero logré que ellos también le aborrecieran tanto. Además Jesús luego que cumplió 30 años él ya no estaba mucho en la casa. El salía a predicar por las calles y decían por ahí que también hacía milagros. Mis hermanos y yo nunca vimos un milagro y tampoco nos interesaba mucho. Sólo llegaba a dormir cada vez que estaba en la ciudad. Nos enterábamos que iba por muchas ciudades predicando. Había logrado mucha fama y la gente le apreciaba, y eso en vez de alegrarme lo que me causaba era ira.
Hasta que un día. Mientras que papá y mamá fueron de viaje mis hermanos y yo decidimos hacer una fiesta en la casa. La fiesta era familiar, solo mis hermanos y unas amigas para cada una.
En lo mejor de la fiesta escuchamos que la puerta se cierra y sorpresa: Era Jesús, mi hermano que había entrado.
Todos le miramos y de pronto alguien apaga la música, se quedan callados y todo el lugar queda en silencio. Entonces sin dejarle decir algo yo reacciono y le digo:
Que quieres aquí. Que haces aquí.
El no responde nada.
Luego le digo. Tú no tienes nada que hacer aquí.
Entonces él me quita el envase de licor que tenía en la mano y me dice:
Es por esta razón que ustedes dejaron de ir a la iglesia, no?
Le quito el envase por la fuerza, lo tiro al suelo y le digo:
Y a ti que te importa. Somos grandes para poder hacer lo que queremos.
Él se queda callado y sólo nos mira con un poco de tristeza.
Además le digo:
Tú no tienes ningún derecho a llamarnos la atención. No eres nuestro hermano. Eres un bastardo.
Él no se sorprendió por lo que le había dicho. Parece que ya lo sabía.
Entonces le sigo diciendo:
Por si no lo sabías mi padre, José, no es tu padre. Solo Dios sabe quién será tu padre.
Entonces el mirándome a los ojos me dice:
Dios es mi padre.
Ni bien escucho lo que dice, empiezo a reirme burlonamente. Mis hermanos también lo hacen. Y todos reímos fuertemente.
Entonces le digo:
Así que Dios es tu padre?
Entonces vete de aquí. Vete de nuestra casa.  Ve afuera a buscar a tu padre.
Inmediatamente, como para que hacerle ver que estaba en lo incorrecto me acerqué a él, le tomé por el pecho y le dije:
Si realmente eres el hijo de Dios, todo el mundo te amaría y todos te reconocerían. Pero lo único que haz logrado es que todos nos miren raros y nos menosprecien. Y apuntando hacia la puerta con el dedo, e dije: Vete y lárgate de nuestras vidas.
Él, se arreglo la ropa. Y en una expresión de tristeza y casi las lágrimas se llenaron su ojo.me miró, puso su mano sobre mis brazos en una expresión que me decía: perdóname; luego fue en mis hermanos y uno a uno acarició sus rostros y sus cabezas.  Como diciéndoles también perdónenme y procuren cuidarse mucho y cuiden a mamá. Aunque el enojo me había apoderado pero al verlo caminar hacía la puerta, sin imaginarme me doy cuenta que unas lágrimas empiezan a correr por mi rostro. Me limpio inmediatamente y luego veo que mi hermano se detiene en la puerta y nos dice:
No puede el mundo aborreceros a vosotros. Mas a mi me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas.
Abrió la puerta y finalmente salió de nuestra casa y de nuestras vidas.
Ese día sería lo que recordaría todos los días de mi vida.  Cada vez que lo recordaba empezaba a llorar. No sabía porqué, sólo sabía que ese día no sólo salió de nuestras vidas nuestro hermano mayor. Sino que a partir de ese día la casa nunca jamás volvió a ser el mismo.  Yo también muy pronto abandoné mi casa y me fui hacer mi propia vida.
Cuando retorne casi luego de dos años me doy con la sorpresa de que mi Jesús ese día iba a ser crucificado. Subo rápidamente con el deseo de impedir que se cometa una injusticia. Ese día comprendí que mi hermano, Jesús, realmente había sido el Hijo de Dios. Mientras corría hacia la colina recordaba como cuando hermanos pequeño y jugamos con madera y unos clavos él me dijo: Sabes Jacobo, cuando yo sea grande unos hombres pondrán estos clavos en mis manos y en mis pies. Y me clavarán en una cruz. Éramos tan pequeños que yo le había prometido que no iba a permitir que le hicieran daño. Mientras subía la colina, así como recordaba también lloraba porque tristemente había incumplido a mi promesa. En vez de defenderle lo que había hecho unos años atrás era contribuir con su muerte. Hace dos años yo y mis hermanos le echamos de la casa y de nuestras vidas , y hoy la ciudad entera se encargaba de hacer lo mismo.
Sin darme cuenta ya había llegado en donde le estaban crucificando a mi hermano. Grande fue mi sorpresa cuando miró hacia arriba y veo a mi hermano clavado en la cruz. Veo que hace el esfuerzo de levantar la cabeza y grita fuertemente: PADRE MIO, PORQUE ME HAZ DESAMPARADO.
Sus palabras fueron como el rugido de un león y fue tan intenso el dolor con el cual lo hizo que  mi corazón se partió en dos y mis ojos no dejaban de llorar. En ese instante sólo quería decirle que me perdonara. Hice el intento de llegar ante él pero las personas me impedían hacerlo.
Camino mirando su cabeza y cuando me doy cuenta  veo que hace el intento de voltear hacia el lado donde me encontraba y con mucho esfuerzo logra mirarme. Su rostro estaba todo ensangrentado y no podía reconocerlo. Pero su mirada, su mirada, era la misma mirada que aquella vez que le echamos de casa. Pero esta vez no tenía la expresión de perdón. Sino que me decía: No te preocupes, te perdono. Y finalmente pude ver una sonrisa dibujarse en su rostro. Esa sonrisa me decía: Te Recuerdas, te dije que algún día moriría por ti.
A partir de ese día la paz volvió en mi corazón y la partir de entonces yo, que alguna vez le había despreciado y no le había creído, me convertí en uno de los principales defensores. Quizás para algunos sea un hipócrita. Puesto que primero hablaba mal de mi hermano y luego sólo hablaba su bien. No sé lo que sea para las personas.
Lo único que sé es que nunca debo atreverme a rechazar y burlarme de alguien que dice ser el hijo de Dios.